Los que tenemos diabetes sabemos que debemos restringir el consumo de azúcares, y por tanto también de hidratos de carbono. Sin embargo, la función principal de los carbohidratos es proporcionarnos energía: son nuestro combustible. Si no tenemos suficientes hidratos de carbono, no podremos proporcionar glucosa y energía a nuestras células.
Está claro entonces que no hay que eliminar los hidratos de carbono en nuestro día a día. El secreto consiste en moderar y escoger la procedencia y el tipo de carbohidratos que consumimos.
Un ejemplo clásico de alimento rico en carbohidratos es el pan. Si pensamos en un pan blanco (hecho con harina de trigo refinada) estaríamos hablando de un alimento rico en hidratos simples, mientras que si hablamos de un pan 100% integral, por ejemplo de espelta o de centeno, será un pan con hidratos de carbono complejos que afectará menos a nuestra glucemia.
La recomendación está clara: apostar por los hidratos de carbono complejos o lentos, ya que son ricos en vitaminas y fibra, favorecen una digestión lenta, y en consecuencia una liberación de energía sostenida sin provocar picos de insulina, por lo que tienen un índice glucémico bajo. Completamente opuestos a los carbohidratos simples o rápidos.
Por lo tanto, en nuestro día a día con la diabetes, además de tener en cuenta la cantidad de hidratos que consumimos (con el conteo de raciones, por ejemplo), también es importante tener en cuenta el tipo de hidratos que comemos: no es lo mismo 250g de carbohidratos simples que complejos.
Por eso son tan relevantes las soluciones tecnológicas como los sistemas de asa cerrada, capaces de monitorizar de manera continua los cambios que se producen en nuestro organismo a partir de los alimentos que ingerimos y recalcular con estos datos la cantidad de insulina que nos tenemos que suministrar.